Extracto de “Relaciones Familiares”

Keywords: cuento erótico

Capítulo 1

Yo tenía aproximadamente ocho años cuando mi tía Norma, hermana mayor de mi madre se mudó transitoriamente a casa, en la que vivía mi familia integrada por mis padres y yo.
Mi tía era recientemente separada de su segundo marido y se encontraba recomponiendo su vida, para lo cual no le faltaban recursos. Estaría a la sazón más cerca de los cuarenta años que de los treinta, y era una mujer bonita, de cabello negro y ojos verdes, cuerpo de curvas abundantes muy al gusto de la época, y un carácter extrovertido y un tanto avasallante. Tendría éxito con los hombres dondequiera que fuese y los manejaría a su placer.
Ocupaba una pequeña habitación separada del resto, lo que le aseguraba la necesaria privacidad, pero nos encontrábamos en el living-comedor, el patio y otras dependencias de la casa. Mis recuerdos comienzan un día en que estaba yo jugando en el living, posiblemente con un tren o auto que debía hacer correr por el suelo. Contaría en aquel momento unos nueve o diez años Al alzar mi vista vi por debajo de la mesa del comedor las piernas de las distintas personas que se sentaban a conversar en aquella. Inmediatamente captaron mi atención las piernas de mi tía. El largo de las polleras en aquel entonces era hasta media pierna, pero en la posición de sentada las de Norma se habían levantado dejando al descubierto las pantorrillas hasta las rodillas, redondas y hermosas. Los impulsos de la libido eran completamente desconocidos para mí, por mi edad y por vivir en el seno de una sociedad quizás más hipócrita, pero definitivamente menos erotizada que la actual. Siguiendo un llamamiento inesperado para mí mismo, me introduje bajo la amplia mesa con el pretexto de mi juego, y me arrastré hacia la posición ocupada por Norma; allí me senté y me puse a contemplar los mínimos movimientos de sus piernas, esperando poder visualizar mayor superficie de piel que la que estaba a la vista. Esto no se produjo, pero la observación atenta de sus movimientos que se me antojaban hechos especialmente para mi, tuvo mi atención atrapada por un cierto tiempo, hasta que oí la voz de mi madre que preguntaba:
– ¿Donde se encuentra Eduardito? Hace rato que no lo veo.
Me apresuré a retirarme de mi puesto bajo la mesa y proseguí distraídamente mi juego sobre la alfombra, hasta que alguien advirtió mi presencia.
-Eduardo, ¿no oyes a tu madre que te llama?

Esa fue la primera vez que sentí una especial atracción explícita por el cuerpo femenino, en particular las piernas, y también la primera vez que comencé a mirar a Norma como algo más que la hermana de mi madre. En aquella época, previa a la revolución sexual, el cuerpo de la mujer estaba rodeado, al menos para los niños de mi edad, por una aureola de profundo misterio, lo que le confería un carácter casi sagrado. La banalización que ha sufrido, sobre todo en los últimos veinte años, ha quizás revelado cierta hipocresía que lo rodeaba, pero ha sin duda hecho perder una magnitud de éxtasis en su contemplación.

El trato de Norma hacia mí fue siempre cariñoso y tierno. Pero crecientemente su presencia me resultaba desafiante y me causaba un particular escozor. Cada vez que la veía se mezclaban en mi la expectativa y una cierta turbación de origen desconocido, y cuando se iba de mi vista me quedaba una sensación de frustración por algo no completado. Varias veces habíamos quedado solos, cuando mi padre estaba en su trabajo, y mi madre debía realizar cobranzas relacionadas con el trabajo de mi padre, por lo que se ausentaba por varias horas. La presencia en esas horas de mi tía era placentera pues de esa manera no estaba solo, pero el carácter de mis sentimientos comenzó a cambiar en forma imperceptible para mí.