La Reina Africana

Género: romance erótico interracial

La reina africana (2)

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Sinopsis:

En la Ruanda devastada por la masacre llevada a cabo por los hutus en la cual un millón de civiles tutsis fueron asesinados, un mercenario ruso es hallado seriamente herido por integrantes de la etnia tutsi, que viven en una aldea habitada solo por mujeres sobrevivientes de la matanza. Las mujeres adoptan al forastero con fines reproductivos y para llevar a cabo una dura venganza por el exterminio de su pueblo. Una médica zulú llega a la aldea y concibe sus propios planes para el hombre.

Novela vibrante con escenas eróticas y de violencia de alto voltaje.

 

Capítulo 1

Acostumbrada a la algarabía del bosque producida por mil aves  y los sonidos de escurridizos mamíferos, Nadege supo desde el comienzo que algo no andaba bien. El silencio que la acompañaba desde hacía un largo rato y del cual sumida en sus pensamientos recién ahora se había percatado, presagiaba algún evento que seguramente no habría de ser pacífico ni agradable. La muchacha supuso que podría tratarse de alguna fiera de la selva; en efecto, aunque ya eran raras un tiempo atrás algunos aldeanos habían denunciado que un leopardo enorme deambulaba por el bosque y había matado a varias de sus cabras.

Nedege adivinó que fuera lo que fuese la causa del silencio repentino se hallaría junto al arroyo de modo que se abrió paso en la maleza aproximándose en sentido descendente al cauce que se hallaba un poco más abajo.

La fronda le tapaba la visual de manera que aunque oía el rumor del agua al correr aun no podía ver el alegre espectáculo de su fluir.

Casi había llegado a la orilla cuando por fin vio las piedras del lecho y el agua discurriendo entre ellas. Miró en ambos sentidos y el corazón le dio un salto. Tendido en el fondo del arroyo un cuerpo obviamente humano yacía boca abajo totalmente inmóvil.

Terribles escenas de su niñez le asaltaron y le produjeron un episodio de angustia profunda. Escenas fantasmagóricas de centenares de cuerpos de hombres, mujeres y niños muertos a machetazos y abandonados en los campos y caminos por los milicianos asesinos hutus retornaron vívidamente a su mente y una mezcla de terror y odio volvieron a su espíritu. Tuvo la tentación de huir y negar mentalmente la escena que tenía frente a ella, pero un sentimiento humanitario se impuso. Saltando por sobre las piedras del cauce se acercó, y fue entonces que se percató que se trataba de un hombre blanco, de gran tamaño, cuya piel rubicunda se hallaba a la vista por estar totalmente desnudo. Nedege se acercó segura que no había nada que podía hacer por el hombre y ya estaba por retirarse  para pedir ayuda para sepultar el cuerpo cuando sus ojos percibieron algo que le pareció extraño de modo que se aproximó aún más. No había dudas, la mano izquierda del hombre presentaba unos movimientos que no eran debidos al agua, como si el hombre tratase de asir unas piedras que se encontraban bajo sus dedos.

Con un súbito gesto de alegría la muchacha dio vuelta de cuerpo y vio que se trataba de un hombre joven, de cabellos rubios y barba de varios días. Trató de reanimarlo pero no lo consiguió; se dio cuenta que debía sacarlo del curso del río para evitar la hipotermia que le paralizaría la funciones vitales o bien que al crecer el agua lo asfixiara. No había tiempo para regresar a la aldea y pedir refuerzos. Vio el tamaño del cuerpo del hombre y se preguntó si las fuerzas le alcanzarían para arrastrarlo hacia arriba de la barranca.

El cuerpo yacía de espaldas y la mujer consiguió despegar un poco el torso del lecho de la correntada lo que le permitió tomarlo por las axilas y comenzar a arrastrarlo penosamente por la empinada ladera. Realizó la tarea hasta que las fuerzas la abandonaron y cayó a su vez de espaldas sobre la hierba húmeda. Una vez que logró juntar otra vez algo de energías siguió apartando al desvanecido del curso de agua, y una vez que juzgó que su cometido estaba cumplido apoyó su mano sobre el pecho cubierto de vello de color claro. La piel del hombre estaba helada por la acción del agua corriendo y Nadege se dio cuenta de que debía restablecer el flujo sanguíneo de inmediato; para ello comenzó a frotar el torso y los miembros de toda su energía hasta que ciertas zonas se pusieron rojas; en un determinado momento decidió que ya la sangre comenzaba a circular. Acercó su rostro al del forastero y creyó percibir que su boca emanaba un aliento. Cuando fatigada se incorporó para relajar sus propios músculos contraídos su vista tropezó con un detalle que le resultó perturbador pero del cual instintivamente apartó la mirada. El miembro viril del hombre mostraba una gran erección, fruto sin dudas de la friega que ella misma había realizado.

Muy a su pesar sus ojos volvieron a posarse sobre el pene erecto, en parte por curiosidad y en parte por un impulso que le venía de muy adentro y que aunque la muchacha no quisiera reconocerlo era deseo. Una ola de calor la invadió y retrocedió un paso para alejarse de la tentación.

A los dieciocho años Nadege era virgen, a pesar de que la mayoría de las africanas son casadas a edades entre catorce y dieciséis años. Ese celibato no era una decisión de la muchacha sino que obedecía a la absoluta falta de hombres en la pequeña aldea luego de la matanza llevada a cabo por los milicianos hutus años atrás. La abuela materna de la muchacha había conseguido huir con las mujeres jóvenes de su clan y arrastrarlas a un recóndito túnel en medio de la jungla, cuya entrada se hallaba obstruida por ramas. Ese sitio había sido usado por la familia por generaciones para esconder algunos objetos de su propiedad  pero en esa oportunidad había servido para salvar a las mujeres de la carnicería.

 

Exhausta por el esfuerzo Nadege se sentó en la hierba cerca del cuerpo del hombre. Recién entonces, superado el momento de urgencia dictado por la necesidad de resucitar al caído, su mente comenzó a reflexionar sobre la situación en que involuntariamente se hallaba y sobre los pasos a dar. Era obvio que no podría mover al hombre y arrastrarlo hasta la aldea, pues eso estaba fuera de sus posibilidades físicas; por otra parte no sabía si Mukamutara- su abuela y matriarca que ejercía el liderazgo de la aldea y que era en definitiva quien tomaba todas las decisiones- aprobaría la presencia de un hombre en el escondido conjunto de chozas. Con toda seguridad no aprobaría la presencia de un hombre negro, pero Nadege ignoraba cuál sería la decisión en el caso de un blanco, cuya aparición era un caso extremadamente improbable en el poblado.

La joven se hallaba sumida en esas reflexiones cuando oyó un ruido que las sacó de sus abstracciones, algo así como un goteo. Al percatarse que la fuente de los sonidos era el hombre se acercó a él y constató que había vomitado agua, su respiración se había tornado agitada y sus ojos comenzaban a parpadear hasta quedar al final abiertos enfocados en lo alto. La muchacha quedó un instante mirando el color azul intenso de las pupilas, lo que constituía una novedad para ella. Finalmente el hombre percibió la presencia de ella y sus ojos se concentraron en la joven.

Instintivamente Nadege se sintió aliviada por la reacción del hombre que por diversos motivos tanto había causado impresión en su joven alma. Decidió hablarle en francés, idioma que hablaba en forma rudimentaria y era el único que conocía fuera del lenguaje tribal.

-¿Cómo se siente?- Fue lo único que atinó a decir.

Luego de unos instantes el hombre habló en el mismo idioma con un fuerte acento indescifrable, pero en vez de responder la pregunta inquirió a su vez.

-¿Dónde estoy?

-Lo encontré tirado en ese arroyo.-Contestó la muchacha. -Su cuerpo estaba helado y no hubiera durado mucho más en ese sitio.

El forastero incorporó su tronco apoyándose en sus codos y observó el curso de agua que la joven le señalaba. También miró su piel blanca teñida de  rojo por los efectos de la friega y se hizo cargo de la situación.

-¿Tú me encontraste?- Preguntó.

-Sí, y traté de reanimarlo.

-Me has salvado la vida- Murmuró el desconocido.- ¿Cómo te llamas?

-Nadege. ¿Y cuál es su nombre?

-Aleksander.- Sólo en ese momento el hombre se dio cuenta de su desnudez y la erección de su miembro e intentó en vano esconder la situación. Lentamente se puso de pie venciendo algunos mareos y sosteniéndose en el hombre de la muchacha. Le llevaba más de una cabeza de estatura, y a Nadege el contacto de ambos cuerpos le produjo un sentimiento de excitación poco frecuente en su vida pero ocultó su reacción.

-¿No has visto mis ropas y mis armas por aquí?- Preguntó el llamado Aleksander.

-No. No había nada. ¿Qué le ocurrió?

-Unos milicianos que vinieron conmigo desde el Congo se sublevaron y me dejaron abandonado donde me hallaste.

La revelación implicaba que el hombre era un militar y jefe de grupos insurgentes al servicio de traficantes de metales que explotaban a los nativos tanto en las Provincias de Kivu Norte y Sur en la vecina República Democrático del Congo como en la misma Ruanda donde se hallaban. Esos contingentes habían masacrado poblaciones enteras y eran la maldición de la región. A pesar de no haber salido nunca de su aldea Nadege tenía conocimiento de esos raids por historias contadas por los escasos viajeros, por lo que su aprensión aumentó. Pero la reacción de abandonar al hombre a su suerte y correr a refugiarse en el poblado era vencida por la atracción que el gigante blanco ejercía sobre ella.

Ambos vagaron sin rumbo, ya que la muchacha no se decidía a encaminarse al villorrio e introducir en él a quién podía ser un peligro mortal para sus moradoras.

Era evidente que las fuerzas iban regresando al cuerpo de Aleksander y pronto no necesitó apoyarse en el hombro de la joven aliviándole de la carga que suponía.

En un momento Nadege creyó oír unos ruidos provenientes de la floresta pero los mismos de repente cesaron. El blanco le hizo señas de que esperara pues obviamente necesitaba orinar y por pudor debía buscar privacidad. Nadege quedó momentáneamente sola en un claro del bosque tropical por unos instantes esperando el regreso del forastero.

La  aparición fue súbita y aterradora. Los tres milicianos hutus surgieron de alrededor el Nadege enarbolando sus machetes y formando un círculo en torno a ella. La desesperación invadió a la muchacha que conocía demasiado bien al  destino a que quedaba expuesta. Sería violada repetidamente y luego con toda probabilidad asesinada. Un grito de terror surgió de su garganta.

Lujuria

Genero: romance eróticoLujuria(2)

Descripción:

 

Después de diez años Alex regresa a Nueva York y sus pasos se encaminan a Brooklyn Heights, donde entonces había tenido una actividad sexual turbulenta pero excitante.

En su nuevo trabajo conoce a Brenda, una belleza afroamericana de la cual queda deslumbrado de inmediato y con la que comienza un tórrido romance.

Sin embargo, los viejos affaires románticos rápidamente afloran y queda envuelto en una seductora y voluptuosa red impregnada de erotismo con personas de ambos sexos que habían sido sus amantes. El joven cree que podrá mantener el equilibrio entre las viejas pasiones y su relación con Brenda.

Sin embargo, debe viajar a Buenos Aires por temas familiares y en el viaje de retorno a Nueva York conoce a Julieta, una joven chilena de la que se enamora perdidamente. Este entramado intrincado de afectos e instintos lo sumerge en un laberinto emocional del cual no consigue escapar.

Lujuria tiene todo lo que su nombre promete; es una novela cargada de un fuerte erotismo que no elude los temas espinosos y te arrastrará en su vértigo sensorial.

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“La Hechicera”

Genero: Romance erótico

La hechicera (2)

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Sinopsis:

Una muchacha africana prospera en Nueva York con un negocio de flores. Cuando se interesa románticamente por un joven blanco advierte que está bajo la influencia de una dominatrix de tendencias sádicas propietaria de una agencia de escorts. Ambas mujeres lucharán por el hombre con diversas armas que incluyen poderes ocultos, hechizos, encantamientos… y también el asesinato.

Kambiri- Amores Prohibidos

Genero: Antología erótica

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Kambiri

Sinopsis:

Esta antología incluye cinco nouvelles escritas por Louis Alexandre Forestier en años recientes sobre temas distintos pero con un común denominador: romances entre mujeres afroamericanas y hombres blancos. Son por lo tanto parte del vasto movimiento Swirl. Las historias son las siguientes:

 

Keisha- Un Romance Swirl

Una hermosa mujer afroamericana conoce en Nueva York a un joven extranjero. Un tórrido romance comienza en un ambiente cuyos valores respecto a la aceptación de parejas interraciales están en transformación. La mujer va experimentando en su vida la liberación de ciertos tabúes y va uniendo los fragmentos sueltos de su vida.

La pareja va construyendo su relación venciendo algunas adversidades procedentes de las circunstancias que les toca vivir.

Una nouvelle de actualidad con sagaces introspecciones de actitudes tan arraigadas como inadvertidas.

Valentina

Esta novela te hará explorar tus fantasías más íntimas e inconfesables, aquellas que tienes clausurados bajo tabúes sociales. Seas hombre o mujer ponerlas a la luz de tu conciencia y de tus deseos tendrá un efecto liberador.

A partir de un noviazgo contemporáneo ingenuo un hombre joven tiene tormentosas relaciones sexuales que involucran episodios eróticos de carácter sadomasoquista. Una muchacha inmigrante afro-colombiana hará lo que haga falta para conquistarlo.

Imposible leer esta novela sin reexaminar tus verdaderas inclinaciones en temas ocultos y profundos.

Nubia

Una red de trata de personas ingresa jóvenes mujeres procedentes de África en Nueva York. Una de ellas escapa y comienza una feroz cacería humana. En la desesperada defensa de su vida la muchacha pone en juego recursos insospechados. La organización de traficantes incluye miembros situados en altas esferas de poder que aprietan el cerco en torno a la joven.

Un vibrante thriller del género noir que te mantendrá en vilo desde su comienzo hasta su dramático final.

 

 Cristelle

Tres inmigrantes negras, una africana y dos haitianas buscan al amor en Buenos Aires, un medio muy distinto al que ellas han conocido. A través de vicisitudes van acercándose a su objetivo con retrocesos y avances. Cristelle es una nouvelle romántica cargada de erotismo, que explora las relaciones amorosas interraciales. Hay dosis de humor y un cierto contenido de episodios paranormales, vinculados con los sistemas de creencias de las muchachas. Una historia agridulce que te encantará.

La Danzarina Tribal

Una muchacha africana prospera en Nueva York con un negocio de flores. Cuando se interesa románticamente por un joven blanco advierte que está bajo la influencia de una dominatrix de tendencias sádicas propietaria de una agencia de escorts. Ambas mujeres lucharán por el hombre con diversas armas que incluyen poderes ocultos, hechizos, encantamientos… y también el asesinato.

 

Kambiri- Amores Prohibidos

Genero: Romance erótico- Antología romántica.Kambiri Spa

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Esta antología incluye cinco nouvelles escritas por Louis Alexandre Forestier es años recientes sobre temas distintos pero con un común denominador: romances entre mujeres afroamericanas y hombres blancos. Son por lo tanto parte del vasto movimiento Swirl. Las historias son las siguientes:

 

Keisha- Un Romance Swirl

Una hermosa mujer afroamericana conoce en Nueva York a un joven extranjero. Un tórrido romance comienza en un ambiente cuyos valores respecto a la aceptación de parejas interraciales están en transformación. La mujer va experimentando en su vida la liberación de ciertos tabúes y va uniendo los fragmentos sueltos de su vida.

La pareja va construyendo su relación venciendo algunas adversidades procedentes de las circunstancias que les toca vivir.

Una nouvelle de actualidad con sagaces introspecciones de actitudes tan arraigadas como inadvertidas.

Valentina

Esta novela te hará explorar tus fantasías más íntimas e inconfesables, aquellas que tienes clausurados bajo tabúes sociales. Seas hombre o mujer ponerlas a la luz de tu conciencia y de tus deseos tendrá un efecto liberador.

A partir de un noviazgo contemporáneo ingenuo un hombre joven tiene tormentosas relaciones sexuales que involucran episodios eróticos de carácter sadomasoquista. Una muchacha inmigrante afro-colombiana hará lo que haga falta para conquistarlo.

Imposible leer esta novela sin reexaminar tus verdaderas inclinaciones en temas ocultos y profundos.

Nubia

Una red de trata de personas ingresa jóvenes mujeres procedentes de África en Nueva York. Una de ellas escapa y comienza una feroz cacería humana. En la desesperada defensa de su vida la muchacha pone en juego recursos insospechados. La organización de traficantes incluye miembros situados en altas esferas de poder que aprietan el cerco en torno a la joven.

Un vibrante thriller del género noir que te mantendrá en vilo desde su comienzo hasta su dramático final.

 

 Cristelle

Tres inmigrantes negras, una africana y dos haitianas buscan al amor en Buenos Aires, un medio muy distinto al que ellas han conocido. A través de vicisitudes van acercándose a su objetivo con retrocesos y avances. Cristelle es una nouvelle romántica cargada de erotismo, que explora las relaciones amorosas interraciales. Hay dosis de humor y un cierto contenido de episodios paranormales, vinculados con los sistemas de creencias de las muchachas. Una historia agridulce que te encantará.

La Danzarina Tribal

Una muchacha africana prospera en Nueva York con un negocio de flores. Cuando se interesa románticamente por un joven blanco advierte que está bajo la influencia de una dominatrix de tendencias sádicas propietaria de una agencia de escorts. Ambas mujeres lucharán por el hombre con diversas armas que incluyen poderes ocultos, hechizos, encantamientos… y también el asesinato.

 

“La Hechicera”

Género: suspenso romántico paranormal

 

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Extracto:

Prólogo

 

Kenia- Hace veinte años

 

 

Kinjia observaba aprensivamente los acontecimientos que la rodeaban. Se encontraba con otras seis muchachas a quienes no conocía, todas vestidas con ropas que nunca habían poseído antes, con joyería tribal deslumbrante pero que jamás habían usado con anterioridad y con sus cabellos trenzados en largas rastas.

Cada una de ellas había sido alejada de su familia una semana antes, tiempo durante el cual no habían visto más que caras extrañas. En el caso de Kinjia lo último que recordaba de sus familiares era el rostro bañado en lágrimas de su hermana mayor. Sus padres habían ignorado sus preguntas sobre el propósito de aquel acontecimiento.

Todas las muchachas eran vírgenes de edades entre los catorce y los dieciséis años, y eran la flor del poblado de la etnia Kikuyu situado en un rincón remoto de condado Baringo, en un paraje desértico en el que las tribus apenas sobrevivían del producto de la tierra, en un contexto de pobreza generalizado.

Kinjia jamás había estado fuera del poblado, ya que las muchachas eran estrictamente controladas hasta la edad en que contraerían matrimonio, con sus libertades restringidas al máximo, a diferencia de los muchachos de su misma edad que acompañaban a sus padres en sus labores en los campos o salidas de caza, que a veces tenían consecuencias mortales.

Kinjia era afortunada porque su familia no practicaba los salvajes ritos de mutilación femenina, en el que se llevaba a cabo la ablación de algunos órganos genitales, entre ellos el clítoris, para asegurar la pureza de las jóvenes hasta el casamiento. Como el ritual era llevado a cabo por curanderos en condiciones precarias de salubridad usando cuchillos y en ocasiones hasta trozos de vidrio, la mortalidad de las muchachas por infecciones era relativamente alta. Por esa razón su familia no la llevaba a cabo ya que ponía en peligro la vida de las muchachas y con ello el potencial incremento patrimonial de los padres.

Lo que ni Kinjia ni ninguna de las otras seis muchachas sabía era que mientras ellas eran mantenidas de pie en medio de la desolada llanura vestidas en la forma descripta, en la aldea se llevaban a cabo arduas negociaciones entre sus padres y sus futuros maridos, en general hombres mayores que las niñas jamás habían visto, que normalmente tenían otras esposas de diversas edades y algunos de ellos de aspecto asqueroso. Las tratativas tenían por objeto determinar las dotes que los maridos pagarían por las muchachas a sus familias, las que estaban basadas en la belleza de la virgen. Kinjia ignoraba entonces que su pretendiente había convenido entregar veinte cabras, un camello y dos vacas por ella, un precio realmente exorbitante para una aldeana común y corriente, por lo que su padre se hallaba sumamente contento del pacto establecido.

 

Tanto el casamiento forzado de niñas y adolescentes como la mutilación ritual están estrictamente prohibidas en Kenia desde la época de la colonia inglesa, pero las tradiciones tribales tienen mucho más peso y originan más obediencia que la ley escrita por lo que se siguen practicando aun hoy día.

 

Un par de hombres en atuendos guerreros se aproximó y tomó por los brazos a una de las niñas, la que comenzó a gritar y patalear tratando de zafar de su situación de sujeción mientras era arrastrada hacia las chozas con el objeto, ignorado por ella, de ser entregada a su marido y comprador.

Las demás muchachas comenzaron a agitarse e intentar escapar pero varios hombres igualmente ataviados las tomaron en sus brazos y las redujeron. Kinjia había permanecido muda y quieta por el terror, de modo que el hombre que se acercó a ella estaba confiado en que no opondría resistencia, pero cuando se hallaba a dos pasos de la niña ésta se puso inesperadamente en movimiento, golpeó a hombre en la cabeza con una especie de bastón que le habían entregado como parte del atuendo matrimonial y se lanzó a correr por la planicie con una velocidad que ni siquiera ella sabía que podía desarrollar.

El hombre golpeado se repuso del atontamiento e inmediatamente salió en pos de Kinjia mientras que varios otros intentaron unirse a la persecución. En ese momento toda la tensión acumulada por el resto de las niñas estalló y cada una trató de salir corriendo en varias direcciones llevada por el terror. Los hombres vacilaron al ver el desorden totalmente inesperado e intentó atrapar a las muchachas en una acción completamente desconcertada.

Kinjia corrió como si sus pies se hubieran convertido en alas y no tardó el dejar atrás a su perseguidor, un hombre mayor al que finalmente los placeres de una vida disipada en la aldea cobraron su precio y cayó exhausto en tierra, cesando en su persecución.

La joven siguió su marcha veloz hasta que al darse vuelta constató que ya nadie la seguía, razón por la cual aflojó el ritmo y se contentó con trotar durante horas.

Un sentimiento de júbilo por la inesperada liberación invadió su joven pecho, sensación que experimentaba por primera vez en su vida y que jamás la habría de abandonar, convirtiéndose su recuerdo en un refugio para los momentos de ansiedad que habrían de sobrevenir.

Al cabo de un tiempo otro sentimiento se unió a la alegría por la libertad recién conquistada. La planicie yerma y desierta iba dejando lugar a un matorral cada vez más compacto que se transformó progresivamente en un bosque tropical cerrado. Recién entonces Kinjia se percató de que se hallaba perdida en un medio en el que jamás había estado, y del que había oído de niña relatos horribles referidas a bestias furiosas. La cabeza le daba vueltas por la fatiga y la continua descarga de adrenalina y no reparó en un nuevo peligro, las raíces de árboles escondidas entre la maleza alta. La muchacha tropezó y cayó pesadamente en el suelo, su cabeza golpeó con el tronco del mismo árbol y Kinjia perdió el sentido, rodando hasta que su pequeño cuerpo quedó en una hondonada angosta y profunda. Las sombras se apoderaron de su mente. No sintió la lluvia torrencial que se desató momentos más tarde llenando parcialmente el hoyo en que se encontraba la muchacha.

 

Kitwana continuaba corriendo a pesar de su edad. Su cuerpo fibroso era liviano y sus fuertes piernas aun lo mantenían. Los Masáis habían sido un pueblo de veloces corredores por incontables generaciones y la profesión de Kitwana le imponía recorrer largas distancias; por otra parte el encontrarse tan lejos de su aldea en el territorio Masái le producía una ansiedad para regresar a su boma que redoblaba sus fuerzas. La caída repentina de la lluvia torrencial lo obligó a buscar refugio en el bosque cercano y corrió hasta situarse bajo un árbol de ancha copa, aunque sabía que eso acrecentaba las chances de ser alcanzado por un rayo. En medio de la oscuridad del temporal de pronto resbaló en la hierba mojada y rodó por una pendiente hasta llegar el suelo, chapoteando en el agua del fondo del pozo. De pronto, al intentar ponerse de pie su cuerpo rozó algo que no era vegetal. Sorprendido tomó en sus manos lo que parecía un cuerpo humano y se estremeció al pensar que había chocado con un cadáver. Apenado levantó el cuerpo en sus brazos y por su escaso peso se percató de inmediato que era una mujer joven, casi una niña. Resbalando por el barrnaco consiguió emerger del hoyo y depositó su carga en el suelo en un sitio protegido de la lluvia por las ramas frondosas del árbol. Notó con tristeza que el cuerpo estaba helado y que la niña había tragado mucho agua del fondo del pozo, por lo que procedió a frotar su torso y oprimir su pecho tratando de revivirla. Kitwana pensó por un momento que ya nada podía hacer y que la joven estaba muerta, pero en una de sus maniobras de compresión del tórax la muchacha tosió y exhaló por la boca un espumarajo de agua sucia. Súbitamente esperanzado Kitwana prosiguió con sus fricciones hasta que la mujer abrió los ojos y lo miró fijamente en la oscuridad; de repente varios accesos de tos acompañada por vómitos sacudieron su cuerpo hasta que el ritmo de su respiración se normalizó y sus ojos volvieron a cerrarse; el Masai comprobó aliviado que la niña sólo estaba dormida, se quitó la piel de búfalo que abrigaba su cuerpo y cubrió con ella el de la muchacha.

 

El fuerte resplandor de un rayo de sol que atravesaba la fronda del árbol que la cubría despertó a Kinjia de su prolongado letargo. Su cuerpo aterido por el frio nocturno agradeció el suave calor que comenzó a invadirlo con el progresivo desplazamiento solar. Pasó un tiempo antes de que reuniera fuerzas para abrir los ojos y mover la cabeza. Poco a poco levantó el tronco de su cuerpo apoyándose sobre sus codos. Lo que entonces vio la desconcertó. Se hallaba cubierta con una gruesa piel de búfalo que obviamente la había protegido durante la noche; estaba bajo la copa de un frondoso árbol, sitio al que no sabía cómo había llegado. Llegó a sus oídos un suave susurro que prontamente distinguió como una melodía de la cual no comprendía las palabras. Al cabo de unos instantes de desorientación atisbó que sobre un calvero cercano al bosquecillo en que se hallaba se destacaba una figura humana; restregó sus ojos para aclarar su vista y pudo ver a un hombre alto y delgado, bastante anciano y un tanto encorvado, recubierto por una tela de colores rojo y blanco que envolvía su cuerpo. El hombre se acercaba y traía lo que parecía un cuenco hecho  con algún fruto grande el que salpicaba agua por los bordes. Por el aspecto físico y la indumentaria Kinjia reconoció a un Masái, un pueblo muy lejano de su tierra y del que había visto alguna vez algún miembro intercambiando chucherías con los pobladores de su aldea. El rostro del hombre la tranquilizó pues inspiraba confianza.

-¿Has despertado, mi niña?- La pregunta, en realidad una afirmación, había sido hecha en swahili, esa suerte de lingua franca con la que muchos africanos se entienden, por encima de sus dialectos tribales.

-¿Quién es usted?- La aun atemorizada joven contestó con otra pregunta.

-Me llamo Kitwana.

-¿Es usted Masái?

–  Sí, pero no temas. Aunque tengamos fama de guerreros yo soy un hombre de paz.

-¿No me va a hacer daño?

Por la pregunta Kitwana entendió que la muchacha había pasado por experiencias traumáticas que le hacían recelar de sus semejantes. Pacientemente se dispuso a ganar su confianza.

 

El anciano y Kinjia habían estado recorriendo durante cinco días la sabana keniana. Kitwana se dirigía hacia su aldea y había ofrecido a la joven que lo acompañara, dándole seguridad de que sería bien recibida en el poblado por el jefe tribal y sus súbditos. Como la muchacha no tenía ningún lugar donde volver ni conocía a nadie más fuera de su familia accedió a viajar con él, y se puso en sus manos. El hecho de que no intentara abusar físicamente de ella la tranquilizaba.

Una tarde habían acampado cerca de un arroyo y Kinjia había ido a buscar agua mientras que el anciano se había alejado intentando de cazar algunos pájaros o pequeños roedores para cenar esa noche. La joven venía cargando el pesado cuenco sujetándolo con ambas manos y concentrándose en él, por ello no vio que en su camino se hallaba la alforja de Kitwana y tropezó con ella, derramando un poco del líquido sobre el morral y en la tierra. Alarmada depositó el cuenco en el suelo y se agachó para secar la alforja; en ese momento se percató de que la bolsa se había abierto y varios elementos habían rodado sobre el suelo. Kinjia intentó recogerlos apresuradamente antes que el hombre volviera y se diera cuenta de su torpeza; fue en ese instante cuando vio dos objetos extraños que sin embargo le resultaban familiares. Se trataba de una cadena de ocho semillas cortadas por la mitad unidas por un hilo de fibra natural; las semillas estaban profusamente pintadas con colores vivos usando pigmentos también de origen natural.   La muchacha reconoció de inmediato un opele o cadena adivinatoria usada por los chamanes africanos en todo el centro del continente. Kinjia tomó el objeto en sus manos y lo examinó curiosa; estaba concentrada en él cuando en un momento determinado se sobresaltó al sentirse observada; en efecto Kitwana la miraba en silencio mientras sostenía unos pájaros colgando de un hilo.

Aterrada Kinjia soltó el artefacto que cayó en tierra y se puso de pie de un salto.

-Yo…no quería…el cuenco de agua.

Kitwana se acercó sonriendo y le puso una mano sobre el brazo intentando calmarla.

-No temas mi niña. Has descubierto mi secreto. No hay problemas, de todas maneras te lo hubiera contado yo mismo más tarde o más temprano. ¿Te interesa? ¿Quieres saber cómo se usa? Te enseñaré.

A partir de ese día Kitwana fue introduciendo a la joven en los secretos del esoterismo africano, tanto en las artes adivinatorias como en las técnicas más oscuras para sanar o dañar. Explicó la utilización del opele y de otros medios de adivinación con el uso de huesos de animales, así como la selección de hierbas y otros elementos para hacer pociones curativas o mágicas. El anciano se percató de inmediato que la muchacha era muy despierta y curiosa, obvios signos de inteligencia,  y en forma progresiva compartió generosamente con ella sus saberes ancestrales.

Finalmente llegaron a la aldea que era el hogar de Kitwana. Allí el viejo se adelantó y le dijo.

-Espérame aquí. Voy a hacerles saber a todos que vienes conmigo y que estás bajo mi protección.

 

Kitwana demostró ser una persona influyente en la tribu. Kinjia fue aceptada sin protestas por el resto de los miembros de la aldea, que suponían que el chamán la había elegido como su sucesora, y que en el futuro tendría entonces poder por sí misma. Como Kitwana no tenía familia la muchacha fue adoptada por la familia del jefe tribal Nkwame Obonyo, lo que incrementaba su prestigio. Las otras muchachas al comienzo sentían celos por la bella joven y se percataban de que era mirada en forma codiciosa por los jóvenes guerreros, pero Kinjia no daba señales es estar interesada en ellos, de modo que asumieron que, tal como su mentor Kitwana, la muchacha era homosexual de modo que dejaron de celarla.

El hechicero la llevaba consigo en sus excursiones para atender pacientes y se internaban en los bosques y praderas para seleccionar hierbas curativas.

La Danzarina Tribal

Genres: action and adventure, erotic interracial romance.

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Sinopsis:

Una muchacha africana prospera en Nueva York con un negocio de flores. Cuando se interesa románticamente por un joven blanco advierte que está bajo la influencia de una dominatrix de tendencias sádicas propietaria de una agencia de escorts. Ambas mujeres lucharán por el hombre con diversas armas que incluyen poderes ocultos, hechizos, encantamientos… y también el asesinato.

Extracto:

 

Kenia- Hace veinte años

 

 

Kinjia observaba aprensivamente los acontecimientos que la rodeaban. Se encontraba con otras seis muchachas a quienes no conocía, todas vestidas con ropas que nunca habían poseído antes, con joyería tribal deslumbrante pero que jamás habían usado con anterioridad y con sus cabellos trenzados en largas rastas.

Cada una de ellas había sido alejada de su familia una semana antes, tiempo durante el cual no habían visto más que caras extrañas. En el caso de Kinjia lo último que recordaba de sus familiares era el rostro bañado en lágrimas de su hermana mayor. Sus padres habían ignorado sus preguntas sobre el propósito de aquel acontecimiento.

Todas las muchachas eran vírgenes de edades entre los catorce y los dieciséis años, y eran la flor del poblado de la etnia Kikuyu situado en un rincón remoto de condado Baringo, en un paraje desértico en el que las tribus apenas sobrevivían del producto de la tierra, en un contexto de pobreza generalizado.

Kinjia jamás había estado fuera del poblado, ya que las muchachas eran estrictamente controladas hasta la edad en que contraerían matrimonio, con sus libertades restringidas al máximo, a diferencia de los muchachos de su misma edad que acompañaban a sus padres en sus labores en los campos o salidas de caza, que a veces tenían consecuencias mortales.

Kinjia era afortunada porque su familia no practicaba los salvajes ritos de mutilación femenina, en el que se llevaba a cabo la ablación de algunos órganos genitales, entre ellos el clítoris, para asegurar la pureza de las jóvenes hasta el casamiento. Como el ritual era llevado a cabo por curanderos en condiciones precarias de salubridad usando cuchillos y en ocasiones hasta trozos de vidrio, la mortalidad de las muchachas por infecciones era relativamente alta. Por esa razón su familia no la llevaba a cabo ya que ponía en peligro la vida de las muchachas y con ello el potencial incremento patrimonial de los padres.

Lo que ni Kinjia ni ninguna de las otras seis muchachas sabía era que mientras ellas eran mantenidas de pie en medio de la desolada llanura vestidas en la forma descripta, en la aldea se llevaban a cabo arduas negociaciones entre sus padres y sus futuros maridos, en general hombres mayores que las niñas jamás habían visto, que normalmente tenían otras esposas de diversas edades y algunos de ellos de aspecto asqueroso. Las tratativas tenían por objeto determinar las dotes que los maridos pagarían por las muchachas a sus familias, las que estaban basadas en la belleza de la virgen. Kinjia ignoraba entonces que su pretendiente había convenido entregar veinte cabras, un camello y dos vacas por ella, un precio realmente exorbitante para una aldeana común y corriente, por lo que su padre se hallaba sumamente contento del pacto establecido.

 

Tanto el casamiento forzado de niñas y adolescentes como la mutilación ritual están estrictamente prohibidas en Kenia desde la época de la colonia inglesa, pero las tradiciones tribales tienen mucho más peso y originan más obediencia que la ley escrita por lo que se siguen practicando aun hoy día.

 

Un par de hombres en atuendos guerreros se aproximó y tomó por los brazos a una de las niñas, la que comenzó a gritar y patalear tratando de zafar de su situación de sujeción mientras era arrastrada hacia las chozas con el objeto, ignorado por ella, de ser entregada a su marido y comprador.

Las demás muchachas comenzaron a agitarse e intentar escapar pero varios hombres igualmente ataviados las tomaron en sus brazos y las redujeron. Kinjia había permanecido muda y quieta por el terror, de modo que el hombre que se acercó a ella estaba confiado en que no opondría resistencia, pero cuando se hallaba a dos pasos de la niña ésta se puso inesperadamente en movimiento, golpeó a hombre en la cabeza con una especie de bastón que le habían entregado como parte del atuendo matrimonial y se lanzó a correr por la planicie con una velocidad que ni siquiera ella sabía que podía desarrollar.

El hombre golpeado se repuso del atontamiento e inmediatamente salió en pos de Kinjia mientras que varios otros intentaron unirse a la persecución. En ese momento toda la tensión acumulada por el resto de las niñas estalló y cada una trató de salir corriendo en varias direcciones llevada por el terror. Los hombres vacilaron al ver el desorden totalmente inesperado e intentó atrapar a las muchachas en una acción completamente desconcertada.

Kinjia corrió como si sus pies se hubieran convertido en alas y no tardó el dejar atrás a su perseguidor, un hombre mayor al que finalmente los placeres de una vida disipada en la aldea cobraron su precio y cayó exhausto en tierra, cesando en su persecución.

 

 

“Khaliyha- Princesa de Ébano

Página Oficial

Género: Romance erótico.

Sinopsis:

¿Amas las novelas románticas interraciales? La Dama de Ébano despertará todas tus fantasías ocultas.

Un tórrido romance erótico entre una distinguida dama africana y un joven blanco. Luego de conocerse en Nueva York viajan al África Central, donde la familia de ella tiene posiciones de prestigio y poder.
Interacciones familiares, políticas y dinásticas tienen lugar en medio de las luchas sangrientas entre diferentes grupos étnicos. En el exilio posterior los personajes se ven obligados a tomar decisiones críticas sobre la base de sus roles sociales. Las mismas reflejan sus personalidades y objetivos y tienen un impacto profundo en sus vidas.
La Dama de Ébano es esencialmente una novela romántica con un fondo dramático debido al entorno violento. Su carácter épico resalta los dilemas en la lucha por la libertad, la felicidad y la autorrealización de la mujer negra. Para ello debe sumergirse en los personajes para explicar su comportamiento en toda su complejidad y contradicciones.

Te encantará esta novela.

Extracto:

PRÓLOGO

 

Salió por fin del área de reclamo de equipajes del aeropuerto Kennedy de Nueva York, arrastrando su propia valija y otra con ropa informal que Khaliyha le había solicitado que le llevara, ya que ella había llevado consigo sólo los atuendos africanos adaptados a las reuniones que iba a sostener.

Lo primero que reconoció en el inmenso hall fue la figura imponente e inconfundible de Malik, el refugiado de la República Centroafricana que ya les había salvado de las intrigas de agentes hostiles en su anterior estadía en la ciudad. Cristian lo abrazó afectuosamente, para sorpresa del hombrón, caracterizado por una actitud más circunspecta. Malik se hizo cargo de las maletas sin el más mínimo esfuerzo, para bochorno del joven.

  • La Princesa se reunirá con Ud. en el hotel— le dijo, recordándole a Cristian el tratamiento regio que recibía su mujer— Hoy tuvo una reunión concertada a último momento y no pudo venir al aeropuerto como deseaba.

<< La historia de mi vida de casado>> pensó Cristian.

Ya en el automóvil preguntó a Malik si tenía novedades sobre los enfrentamientos entre los diferentes grupos étnicos africanos en el continente, y si habían tenido repercusiones entre los grupos de expatriados en  Nueva York.

—En África los conflictos se han trasladado a la República Centroafricana, mi país, y posiblemente en el futuro cercano llegarán a Nigeria. Aquí la situación está más tranquila que cuando Ud. y la Princesa estuvieron hace un par de años, pero no podemos bajar la guardia.

Estas palabras recordaron a Cristian que una de las funciones de Malik era la de custodio de Khaliyha mientras ella se encontrara en la ciudad.

Cuando el africano estacionó frente al hotel, Cristian se sorprendió al constatar que se trataba del mismo en el que Khaliyha y él se habían conocido. Una oleada de recuerdos invadió su mente y un nudo se formó en su garganta, pero se abstuvo de hacer comentarios.

Cuando entraron, Khaliyha había recién llegado y se encontraron en el lobby del hotel. La mujer se lanzó en sus brazos en una actitud totalmente inesperada. Los huéspedes del hotel miraban de reojo a esa mujer ricamente ataviada con su vestido de seda de obvio origen étnico abrazar a un recién llegado de aspecto fatigado y ropas arrugadas.  Ver la escena con el rabillo del ojo en un espejo del lobby embargó  a Cristian aún más de emociones y ambos lagrimearon un poco.

Malik carraspeó para llamarlos a la realidad, y se separaron con un cierto embarazo.

—Hace sólo una semana que no nos vemos— dijo Cristian a su mujer en un tono de falso reproche.

— ¿Por qué entonces tienes los ojos rojos?

En efecto, lo que había obrado en el encuentro entre ambos no era la breve separación reciente, sino todas las vicisitudes ocurridas desde habían dejado ese mismo hotel dos años atrás, con sus alegrías y sufrimientos. Sin duda ese lapso relativamente breve había transformado sus vidas en una forma profunda y perdurable.

La mujer ya había obtenido su llave en la conserjería y lo guió hacia su habitación.

—Pero… esta es…— farfulló Cristian.

—Sí, es la misma en que estuvimos cuando nos conocimos. Estuve varios días en otra, pero encargué al concierge que me mudara a ella tan pronto se desocupara.

El detalle conmovió nuevamente al hombre. Sabía del valor de los símbolos para su esposa y de su tenacidad para lograr sus propósitos. Haber obtenido la misma habitación  hablaba bien a las claras de la importancia concedida por Khaliyha al evento en que se habían amado por primera vez.

Entraron en el amplio cuarto y el botones dejó las maletas. Ella lo hizo sentar en la cama y sonriendo echó sus brazos en torno a su cuello.

—Mon cher, no sabes cuánto he soñado con este momento, con revivir la etapa más importante de mi vida y sentir nuevamente su sabor.