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Capítulo 6
Michael
El joven decidió usar el tiempo disponible en el fin de semana para averiguar el paradero de varias personas con las que había estado sentimentalmente relacionado diez años atrás. El verdadero propósito de Alex era constatar si los recuerdos que tenía de aquella época aún conservaban validez.
El sábado Alex se levantó más tarde que lo habitual. Su mente estaba en paz y tenía razones sobradas para estar satisfecho con su vida tanto en el ámbito laboral como en el sentimental. Esa mañana desayunó y salió a caminar por Brooklyn Heights ya que había descubierto que había adquirido una cierta aversión a realizar viajes innecesarios por la ciudad usando medios públicos de transporte, dado que los debía utilizar todos los días de la semana laboral para ir a su trabajo. Salió a pasear sin rumbo por su zona y caminó un rato por el Promenade, la amplia explanada que bordea el East River con una visión espectacular de la parte sud de Manhattan. Sus pasos no tenían un sentido claro más allá de la caminata pero Alex se dio cuenta que lo empujaban insensiblemente en una dirección vagamente familiar en Montague Street. Venciendo su ansiedad miró las casas que se sucedían hasta que encontró por fin la que le resultaba conocida. Subiendo la escalera de cinco peldaños se acercó a la puerta y atisbó desde uno de sus cristales los buzones que se hallaban en el interior del pasillo. Forzando un poco la vista intentó buscar uno de los casilleros que estuviera rotulado como Peter Strauss.
Peter había sido su primera relación neoyorquina diez años atrás, cuando Susana, entonces su novia, había regresado a Buenos Aires con su tía, dejándolo solo en la inmensa urbe luego de una permanencia en su apartamento de Henry Street durante varios meses. El sentimiento de soledad de Alex en aquel momento había sido intenso, ya que era un joven de una clase media de relativamente timorata arrojado en medio de la inmensa urbe neoyorquina. Caminando por el Promenade había conocido a Peter quien se encontraba paseando a su pequeño perrito faldero y se había acercado a él con algún pretexto ahora olvidado.
Aunque Peter tenía una pareja gay llamado John, había visualizado de inmediato al joven errabundo y había detectado su vulnerabilidad emocional. Ese mismo día lo había llevado a tomar el té en su casa y habían terminado en el lecho, en una experiencia gay inédita para Alex. Durante un tiempo corto ambos habían tenido un affaire hasta que surgió Michael, otro gay afroamericano dotado de un prodigioso instinto sexual que había atrapado a Alex, arrebatándoselo a Peter, a pesar de que eran amigos.
Con esos recuerdos en la mente Alex recorrió los buzones hasta que su corazón dio un vuelco. Uno de los casilleros estaba marcado Apt 3- M.Brown.
En ese momento Alex se percató cual era la razón que había guiado sus pasos hasta la casa de Montague Street. Sin vacilar apretó el timbre del apartamento 3 y esperó ansioso el resultado.
Al cabo de unos instantes respondió por el parlante del portero eléctrico una voz que el visitante reconoció de inmediato.
-¡Hola! ¿Quién es?- Insistió la voz desde el interior.
El muchacho sintió que se había formado un nudo en su garganta y tuvo que forzar su voz para decir.
-Hola Michael. Soy Alex Bianchi.
Del otro lado siguió un instante de estupor hasta que la voz respondió también afectada por la emoción.
-¡Alex!… ¿eres realmente tú?
Ambos hombres se observaron brevemente a través de los vidrios de la puerta de la casa que Michael abrió de inmediato.
– Ven, pronto, pasa.- Dijo tomando a Alex por el brazo e introduciéndolo en el pasillo. Luego, sin pronunciar palabra, lo remolcó literalmente hasta su propio apartamento, que como el joven recordaba se hallaba en la planta baja y del que el dueño había dejado abierta la puerta en su prisa por dar la bienvenida a su visitante. Una vez que ambos se hallaban en el interior el dueño de casa empujó a Alex contra la pared anexa a la puerta y dándole un abrazo le plantó un beso en la boca, que resultó eterno. Cuando el joven pudo liberarse de la cálida recepción y tomaron distancia el uno del otro aprovecharon a mirarse. Alex encontró a su anfitrión ligeramente más gordo, habiendo ganado diámetro su cintura que ostentaba ahora un vientre amplio, sus caderas sus muslos y sus nalgas, estos últimos prominentes y comparables a los de una mujer. La tez de Michael era más oscura que lo que la memoria del argentino rememoraba y el cabello se hallaba rapado por completo. El dueño de casa se hallaba vestido con una remera y un pantalón de tejido de punto, los que resaltaban sus formas femeninas. Michael aun retenía la cabeza de su visitante entre sus gruesas manos y lo contemplaba tratando de grabar sus rasgos en su memoria.
-El tiempo te ha tratado bien. Estás aun más guapo que cuando te conocí.
-Tengo algunas canas aisladas.
-Lo que te hace más interesante. Además te veo con la musculatura más desarrollada.- Era obvio que el hombre no perdía detalle de aquello que resultaba de su interés. Nuevamente lo abrazó y besó su boca. Mientras lo hacía tomó las manos del joven entre las suyas y las deslizó dentro de la cintura elástica de su pantalón, guiándolas hacia sus glúteos.
-No pierdes el tiempo.- Exclamó Alex con una carcajada.
-Mil veces he soñado con este reencuentro y siempre creí que era imposible.
-Aun no sé si vives solo o acompañado, y que se ha hecho de Peter.
-Ya habré de contar luego.
-¿Luego de que?
-De que te lleve a mi cama y me hagas tuyo.
-¿No vas demasiado rápido? ¿No hace falta mi consentimiento?