“La Hechicera”

Genero: Romance erótico

La hechicera (2)

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Sinopsis:

Una muchacha africana prospera en Nueva York con un negocio de flores. Cuando se interesa románticamente por un joven blanco advierte que está bajo la influencia de una dominatrix de tendencias sádicas propietaria de una agencia de escorts. Ambas mujeres lucharán por el hombre con diversas armas que incluyen poderes ocultos, hechizos, encantamientos… y también el asesinato.

Kambiri- Amores Prohibidos

Genero: Antología erótica

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Kambiri

Sinopsis:

Esta antología incluye cinco nouvelles escritas por Louis Alexandre Forestier en años recientes sobre temas distintos pero con un común denominador: romances entre mujeres afroamericanas y hombres blancos. Son por lo tanto parte del vasto movimiento Swirl. Las historias son las siguientes:

 

Keisha- Un Romance Swirl

Una hermosa mujer afroamericana conoce en Nueva York a un joven extranjero. Un tórrido romance comienza en un ambiente cuyos valores respecto a la aceptación de parejas interraciales están en transformación. La mujer va experimentando en su vida la liberación de ciertos tabúes y va uniendo los fragmentos sueltos de su vida.

La pareja va construyendo su relación venciendo algunas adversidades procedentes de las circunstancias que les toca vivir.

Una nouvelle de actualidad con sagaces introspecciones de actitudes tan arraigadas como inadvertidas.

Valentina

Esta novela te hará explorar tus fantasías más íntimas e inconfesables, aquellas que tienes clausurados bajo tabúes sociales. Seas hombre o mujer ponerlas a la luz de tu conciencia y de tus deseos tendrá un efecto liberador.

A partir de un noviazgo contemporáneo ingenuo un hombre joven tiene tormentosas relaciones sexuales que involucran episodios eróticos de carácter sadomasoquista. Una muchacha inmigrante afro-colombiana hará lo que haga falta para conquistarlo.

Imposible leer esta novela sin reexaminar tus verdaderas inclinaciones en temas ocultos y profundos.

Nubia

Una red de trata de personas ingresa jóvenes mujeres procedentes de África en Nueva York. Una de ellas escapa y comienza una feroz cacería humana. En la desesperada defensa de su vida la muchacha pone en juego recursos insospechados. La organización de traficantes incluye miembros situados en altas esferas de poder que aprietan el cerco en torno a la joven.

Un vibrante thriller del género noir que te mantendrá en vilo desde su comienzo hasta su dramático final.

 

 Cristelle

Tres inmigrantes negras, una africana y dos haitianas buscan al amor en Buenos Aires, un medio muy distinto al que ellas han conocido. A través de vicisitudes van acercándose a su objetivo con retrocesos y avances. Cristelle es una nouvelle romántica cargada de erotismo, que explora las relaciones amorosas interraciales. Hay dosis de humor y un cierto contenido de episodios paranormales, vinculados con los sistemas de creencias de las muchachas. Una historia agridulce que te encantará.

La Danzarina Tribal

Una muchacha africana prospera en Nueva York con un negocio de flores. Cuando se interesa románticamente por un joven blanco advierte que está bajo la influencia de una dominatrix de tendencias sádicas propietaria de una agencia de escorts. Ambas mujeres lucharán por el hombre con diversas armas que incluyen poderes ocultos, hechizos, encantamientos… y también el asesinato.

 

“La Hechicera”

Género: suspenso romántico paranormal

 

La Hechicera Banner

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Extracto:

Prólogo

 

Kenia- Hace veinte años

 

 

Kinjia observaba aprensivamente los acontecimientos que la rodeaban. Se encontraba con otras seis muchachas a quienes no conocía, todas vestidas con ropas que nunca habían poseído antes, con joyería tribal deslumbrante pero que jamás habían usado con anterioridad y con sus cabellos trenzados en largas rastas.

Cada una de ellas había sido alejada de su familia una semana antes, tiempo durante el cual no habían visto más que caras extrañas. En el caso de Kinjia lo último que recordaba de sus familiares era el rostro bañado en lágrimas de su hermana mayor. Sus padres habían ignorado sus preguntas sobre el propósito de aquel acontecimiento.

Todas las muchachas eran vírgenes de edades entre los catorce y los dieciséis años, y eran la flor del poblado de la etnia Kikuyu situado en un rincón remoto de condado Baringo, en un paraje desértico en el que las tribus apenas sobrevivían del producto de la tierra, en un contexto de pobreza generalizado.

Kinjia jamás había estado fuera del poblado, ya que las muchachas eran estrictamente controladas hasta la edad en que contraerían matrimonio, con sus libertades restringidas al máximo, a diferencia de los muchachos de su misma edad que acompañaban a sus padres en sus labores en los campos o salidas de caza, que a veces tenían consecuencias mortales.

Kinjia era afortunada porque su familia no practicaba los salvajes ritos de mutilación femenina, en el que se llevaba a cabo la ablación de algunos órganos genitales, entre ellos el clítoris, para asegurar la pureza de las jóvenes hasta el casamiento. Como el ritual era llevado a cabo por curanderos en condiciones precarias de salubridad usando cuchillos y en ocasiones hasta trozos de vidrio, la mortalidad de las muchachas por infecciones era relativamente alta. Por esa razón su familia no la llevaba a cabo ya que ponía en peligro la vida de las muchachas y con ello el potencial incremento patrimonial de los padres.

Lo que ni Kinjia ni ninguna de las otras seis muchachas sabía era que mientras ellas eran mantenidas de pie en medio de la desolada llanura vestidas en la forma descripta, en la aldea se llevaban a cabo arduas negociaciones entre sus padres y sus futuros maridos, en general hombres mayores que las niñas jamás habían visto, que normalmente tenían otras esposas de diversas edades y algunos de ellos de aspecto asqueroso. Las tratativas tenían por objeto determinar las dotes que los maridos pagarían por las muchachas a sus familias, las que estaban basadas en la belleza de la virgen. Kinjia ignoraba entonces que su pretendiente había convenido entregar veinte cabras, un camello y dos vacas por ella, un precio realmente exorbitante para una aldeana común y corriente, por lo que su padre se hallaba sumamente contento del pacto establecido.

 

Tanto el casamiento forzado de niñas y adolescentes como la mutilación ritual están estrictamente prohibidas en Kenia desde la época de la colonia inglesa, pero las tradiciones tribales tienen mucho más peso y originan más obediencia que la ley escrita por lo que se siguen practicando aun hoy día.

 

Un par de hombres en atuendos guerreros se aproximó y tomó por los brazos a una de las niñas, la que comenzó a gritar y patalear tratando de zafar de su situación de sujeción mientras era arrastrada hacia las chozas con el objeto, ignorado por ella, de ser entregada a su marido y comprador.

Las demás muchachas comenzaron a agitarse e intentar escapar pero varios hombres igualmente ataviados las tomaron en sus brazos y las redujeron. Kinjia había permanecido muda y quieta por el terror, de modo que el hombre que se acercó a ella estaba confiado en que no opondría resistencia, pero cuando se hallaba a dos pasos de la niña ésta se puso inesperadamente en movimiento, golpeó a hombre en la cabeza con una especie de bastón que le habían entregado como parte del atuendo matrimonial y se lanzó a correr por la planicie con una velocidad que ni siquiera ella sabía que podía desarrollar.

El hombre golpeado se repuso del atontamiento e inmediatamente salió en pos de Kinjia mientras que varios otros intentaron unirse a la persecución. En ese momento toda la tensión acumulada por el resto de las niñas estalló y cada una trató de salir corriendo en varias direcciones llevada por el terror. Los hombres vacilaron al ver el desorden totalmente inesperado e intentó atrapar a las muchachas en una acción completamente desconcertada.

Kinjia corrió como si sus pies se hubieran convertido en alas y no tardó el dejar atrás a su perseguidor, un hombre mayor al que finalmente los placeres de una vida disipada en la aldea cobraron su precio y cayó exhausto en tierra, cesando en su persecución.

La joven siguió su marcha veloz hasta que al darse vuelta constató que ya nadie la seguía, razón por la cual aflojó el ritmo y se contentó con trotar durante horas.

Un sentimiento de júbilo por la inesperada liberación invadió su joven pecho, sensación que experimentaba por primera vez en su vida y que jamás la habría de abandonar, convirtiéndose su recuerdo en un refugio para los momentos de ansiedad que habrían de sobrevenir.

Al cabo de un tiempo otro sentimiento se unió a la alegría por la libertad recién conquistada. La planicie yerma y desierta iba dejando lugar a un matorral cada vez más compacto que se transformó progresivamente en un bosque tropical cerrado. Recién entonces Kinjia se percató de que se hallaba perdida en un medio en el que jamás había estado, y del que había oído de niña relatos horribles referidas a bestias furiosas. La cabeza le daba vueltas por la fatiga y la continua descarga de adrenalina y no reparó en un nuevo peligro, las raíces de árboles escondidas entre la maleza alta. La muchacha tropezó y cayó pesadamente en el suelo, su cabeza golpeó con el tronco del mismo árbol y Kinjia perdió el sentido, rodando hasta que su pequeño cuerpo quedó en una hondonada angosta y profunda. Las sombras se apoderaron de su mente. No sintió la lluvia torrencial que se desató momentos más tarde llenando parcialmente el hoyo en que se encontraba la muchacha.

 

Kitwana continuaba corriendo a pesar de su edad. Su cuerpo fibroso era liviano y sus fuertes piernas aun lo mantenían. Los Masáis habían sido un pueblo de veloces corredores por incontables generaciones y la profesión de Kitwana le imponía recorrer largas distancias; por otra parte el encontrarse tan lejos de su aldea en el territorio Masái le producía una ansiedad para regresar a su boma que redoblaba sus fuerzas. La caída repentina de la lluvia torrencial lo obligó a buscar refugio en el bosque cercano y corrió hasta situarse bajo un árbol de ancha copa, aunque sabía que eso acrecentaba las chances de ser alcanzado por un rayo. En medio de la oscuridad del temporal de pronto resbaló en la hierba mojada y rodó por una pendiente hasta llegar el suelo, chapoteando en el agua del fondo del pozo. De pronto, al intentar ponerse de pie su cuerpo rozó algo que no era vegetal. Sorprendido tomó en sus manos lo que parecía un cuerpo humano y se estremeció al pensar que había chocado con un cadáver. Apenado levantó el cuerpo en sus brazos y por su escaso peso se percató de inmediato que era una mujer joven, casi una niña. Resbalando por el barrnaco consiguió emerger del hoyo y depositó su carga en el suelo en un sitio protegido de la lluvia por las ramas frondosas del árbol. Notó con tristeza que el cuerpo estaba helado y que la niña había tragado mucho agua del fondo del pozo, por lo que procedió a frotar su torso y oprimir su pecho tratando de revivirla. Kitwana pensó por un momento que ya nada podía hacer y que la joven estaba muerta, pero en una de sus maniobras de compresión del tórax la muchacha tosió y exhaló por la boca un espumarajo de agua sucia. Súbitamente esperanzado Kitwana prosiguió con sus fricciones hasta que la mujer abrió los ojos y lo miró fijamente en la oscuridad; de repente varios accesos de tos acompañada por vómitos sacudieron su cuerpo hasta que el ritmo de su respiración se normalizó y sus ojos volvieron a cerrarse; el Masai comprobó aliviado que la niña sólo estaba dormida, se quitó la piel de búfalo que abrigaba su cuerpo y cubrió con ella el de la muchacha.

 

El fuerte resplandor de un rayo de sol que atravesaba la fronda del árbol que la cubría despertó a Kinjia de su prolongado letargo. Su cuerpo aterido por el frio nocturno agradeció el suave calor que comenzó a invadirlo con el progresivo desplazamiento solar. Pasó un tiempo antes de que reuniera fuerzas para abrir los ojos y mover la cabeza. Poco a poco levantó el tronco de su cuerpo apoyándose sobre sus codos. Lo que entonces vio la desconcertó. Se hallaba cubierta con una gruesa piel de búfalo que obviamente la había protegido durante la noche; estaba bajo la copa de un frondoso árbol, sitio al que no sabía cómo había llegado. Llegó a sus oídos un suave susurro que prontamente distinguió como una melodía de la cual no comprendía las palabras. Al cabo de unos instantes de desorientación atisbó que sobre un calvero cercano al bosquecillo en que se hallaba se destacaba una figura humana; restregó sus ojos para aclarar su vista y pudo ver a un hombre alto y delgado, bastante anciano y un tanto encorvado, recubierto por una tela de colores rojo y blanco que envolvía su cuerpo. El hombre se acercaba y traía lo que parecía un cuenco hecho  con algún fruto grande el que salpicaba agua por los bordes. Por el aspecto físico y la indumentaria Kinjia reconoció a un Masái, un pueblo muy lejano de su tierra y del que había visto alguna vez algún miembro intercambiando chucherías con los pobladores de su aldea. El rostro del hombre la tranquilizó pues inspiraba confianza.

-¿Has despertado, mi niña?- La pregunta, en realidad una afirmación, había sido hecha en swahili, esa suerte de lingua franca con la que muchos africanos se entienden, por encima de sus dialectos tribales.

-¿Quién es usted?- La aun atemorizada joven contestó con otra pregunta.

-Me llamo Kitwana.

-¿Es usted Masái?

–  Sí, pero no temas. Aunque tengamos fama de guerreros yo soy un hombre de paz.

-¿No me va a hacer daño?

Por la pregunta Kitwana entendió que la muchacha había pasado por experiencias traumáticas que le hacían recelar de sus semejantes. Pacientemente se dispuso a ganar su confianza.

 

El anciano y Kinjia habían estado recorriendo durante cinco días la sabana keniana. Kitwana se dirigía hacia su aldea y había ofrecido a la joven que lo acompañara, dándole seguridad de que sería bien recibida en el poblado por el jefe tribal y sus súbditos. Como la muchacha no tenía ningún lugar donde volver ni conocía a nadie más fuera de su familia accedió a viajar con él, y se puso en sus manos. El hecho de que no intentara abusar físicamente de ella la tranquilizaba.

Una tarde habían acampado cerca de un arroyo y Kinjia había ido a buscar agua mientras que el anciano se había alejado intentando de cazar algunos pájaros o pequeños roedores para cenar esa noche. La joven venía cargando el pesado cuenco sujetándolo con ambas manos y concentrándose en él, por ello no vio que en su camino se hallaba la alforja de Kitwana y tropezó con ella, derramando un poco del líquido sobre el morral y en la tierra. Alarmada depositó el cuenco en el suelo y se agachó para secar la alforja; en ese momento se percató de que la bolsa se había abierto y varios elementos habían rodado sobre el suelo. Kinjia intentó recogerlos apresuradamente antes que el hombre volviera y se diera cuenta de su torpeza; fue en ese instante cuando vio dos objetos extraños que sin embargo le resultaban familiares. Se trataba de una cadena de ocho semillas cortadas por la mitad unidas por un hilo de fibra natural; las semillas estaban profusamente pintadas con colores vivos usando pigmentos también de origen natural.   La muchacha reconoció de inmediato un opele o cadena adivinatoria usada por los chamanes africanos en todo el centro del continente. Kinjia tomó el objeto en sus manos y lo examinó curiosa; estaba concentrada en él cuando en un momento determinado se sobresaltó al sentirse observada; en efecto Kitwana la miraba en silencio mientras sostenía unos pájaros colgando de un hilo.

Aterrada Kinjia soltó el artefacto que cayó en tierra y se puso de pie de un salto.

-Yo…no quería…el cuenco de agua.

Kitwana se acercó sonriendo y le puso una mano sobre el brazo intentando calmarla.

-No temas mi niña. Has descubierto mi secreto. No hay problemas, de todas maneras te lo hubiera contado yo mismo más tarde o más temprano. ¿Te interesa? ¿Quieres saber cómo se usa? Te enseñaré.

A partir de ese día Kitwana fue introduciendo a la joven en los secretos del esoterismo africano, tanto en las artes adivinatorias como en las técnicas más oscuras para sanar o dañar. Explicó la utilización del opele y de otros medios de adivinación con el uso de huesos de animales, así como la selección de hierbas y otros elementos para hacer pociones curativas o mágicas. El anciano se percató de inmediato que la muchacha era muy despierta y curiosa, obvios signos de inteligencia,  y en forma progresiva compartió generosamente con ella sus saberes ancestrales.

Finalmente llegaron a la aldea que era el hogar de Kitwana. Allí el viejo se adelantó y le dijo.

-Espérame aquí. Voy a hacerles saber a todos que vienes conmigo y que estás bajo mi protección.

 

Kitwana demostró ser una persona influyente en la tribu. Kinjia fue aceptada sin protestas por el resto de los miembros de la aldea, que suponían que el chamán la había elegido como su sucesora, y que en el futuro tendría entonces poder por sí misma. Como Kitwana no tenía familia la muchacha fue adoptada por la familia del jefe tribal Nkwame Obonyo, lo que incrementaba su prestigio. Las otras muchachas al comienzo sentían celos por la bella joven y se percataban de que era mirada en forma codiciosa por los jóvenes guerreros, pero Kinjia no daba señales es estar interesada en ellos, de modo que asumieron que, tal como su mentor Kitwana, la muchacha era homosexual de modo que dejaron de celarla.

El hechicero la llevaba consigo en sus excursiones para atender pacientes y se internaban en los bosques y praderas para seleccionar hierbas curativas.

“Interludio Pasional- Antología Erótica”

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Generos: Erótico, sadomasoquista BDSM, interracial

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1

Extracto:

Capítulo 1

 

Se apeó del viejo Fiat que había comprado seis semanas atrás y al cerrar su puerta acarició involuntariamente el cristal de la misma. Un gesto de cariño por el vehículo cuya adquisición había transformado su rutina diaria dejándole libres casi cuatro horas que antes le insumían sus viajes a su trabajo situado en la provincia de Buenos Aires. Junto con el alquiler de un pequeño y antiguo apartamento en el barrio de Constitución eran sus mayores logros desde su llegada de su provincia natal. Cierto que el edificio de cuatro plantas sin ascensor se hallaba en una zona decadente habitada por inmigrantes en su mayoría indocumentados, que ocupaban ilegalmente ruinosas viviendas no reclamadas por sus dueños quizás por complicados problemas legales. La desidia de los ocupantes se revelaba en los montones de basura arrojados en las veredas, los contenedores de residuos saqueados en busca de quien sabe qué objetos y las botellas de cerveza que se apilaban en ciertas esquinas. En los atardeceres los sufridos viejos habitantes del barrio se encerraban en sus casas y las calles eran invadidas por travestis, prostitutas dominicanas y probablemente revendedores de drogas.

Comparado con su vida tranquila en su zona rural natal la comparación de su actual medio ambiente podía ser a primera vista frustrante, pero a él le satisfacía como primera plataforma de lo que había logrado por sus propios medios, separado del clima familiar.

Esteban Dubanowski había nacido en la lejana Provincia de Misiones, una especie de cuña entre las fronteras de Brasil y Paraguay separada de ambos por ríos caudalosos. Allí había nacido veintitrés años antes en una chacra, es decir una granja familiar en una colonia de agricultores de origen mayoritariamente polaco y ruso, dos de las tantas colectividades que poblaban dicha provincia norteña. Al llegar a la mayoría de edad le resultó evidente que debía emigrar ya que el establecimiento no permitía sostener a la familia integrada por sus padres y ocho hermanos. Ya su hermano mayor Gregorio había emigrado a Foz de Iguazú, en Brasil, donde se había casado con una mujer de origen árabe con la cual había constituido una familia que ya incluía tres hijos.

Gregorio lo había instado a mudarse cerca de él pero Esteban había preferido viajar a Rosario, en la Provincia de Santa Fe, para completar sus estudios universitarios. Había residido allí cuatro años hasta obtener su diploma de licenciado en diseño industrial. Luego había decidido dar el gran salto y probar suerte en Buenos Aires, la gran metrópolis del país y destino soñado de muchos jóvenes inquietos de las provincias y países colindantes.

Al llegar a la ciudad había conseguido un trabajo en una fábrica metalúrgica en el tercer cinturón del conurbano bonaerense, distante unos treinta kilómetros de su casa, para llegar al cual debía tomar tres medios de transporte que en total le insumían dos horas de ida y otras tantos de regreso, en horas de gran tráfico y por consiguiente en condiciones de hacinamiento. Pero con la compra del vehículo eso había quedado atrás.

Al llegar a su apartamento se preparó un café, se recostó en la cama, ya que el mobiliario que había podido comprar no incluía por el momento una silla, y prendió el televisor que había comprado de segunda mano. La película que estaban dando mostraba una escena de amor de elevado contenido erótico y Esteban notó que tenía una fugaz erección; para enfriar sus pensamientos decidió tomar una ducha de inmediato, aunque habitualmente lo hacía por las noches, antes de irse a dormir.

Al salir del baño se dio cuenta que los pensamientos seguían siendo los mismos, y que la excitación sexual no iba a calmarse entre las cuatro paredes de su vivienda. Se vistió y salió a caminar un rato. Dado que no tenía nada de comida en la desvencijada nevera resolvió cenar temprano en una especie de café-restaurant de ínfima categoría a tres cuadras, pero antes caminaría un poco y viviría más de cerca la dudosa atmósfera del vecindario.

A poco andar se le acercó un travesti pintarrajeado de mediana edad. Su visión  le produjo un cierto rechazo instintivo e intentó apartarse de su paso sin éxito.

-Hola grandote. ¿No quieres probar algo que no olvidarás en tu vida?- Le dijo el callejero. Notando su erección intentó manotear la bragueta pero Esteban lo apartó con rudeza y prosiguió su camino dejando al prostituto musitando improperios y amenazas. Reconoció en sí mismo un grado de disgusto que intentó controlar para no dar lugar a prejuicios que su mente rechazaba.

Metadatos:

Autor: Louis Alexandre Forestier

Primera Edición: 10/6/2016

Palabras: 63804

Paginas: 262

Títulos relacionados:

Passionate Interlude ( Inglés) 24/6/2016

Valentina (17/3/2016)

Nubia- Romance Magicko (17/5/2016)

Cristelle- Romance Erótico Interracial (17/2/2016)

 

Miscelánea:

 

“Interludio Pasional- Antología Erótica”

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Extracto:

 

Capítulo 1

 

Se apeó del viejo Fiat que había comprado seis semanas atrás y al cerrar su puerta acarició involuntariamente el cristal de la misma. Un gesto de cariño por el vehículo cuya adquisición había transformado su rutina diaria dejándole libres casi cuatro horas que antes le insumían sus viajes a su trabajo situado en la provincia de Buenos Aires. Junto con el alquiler de un pequeño y antiguo apartamento en el barrio de Constitución eran sus mayores logros desde su llegada de su provincia natal. Cierto que el edificio de cuatro plantas sin ascensor se hallaba en una zona decadente habitada por inmigrantes en su mayoría indocumentados, que ocupaban ilegalmente ruinosas viviendas no reclamadas por sus dueños quizás por complicados problemas legales. La desidia de los ocupantes se revelaba en los montones de basura arrojados en las veredas, los contenedores de residuos saqueados en busca de quien sabe qué objetos y las botellas de cerveza que se apilaban en ciertas esquinas. En los atardeceres los sufridos viejos habitantes del barrio se encerraban en sus casas y las calles eran invadidas por travestis, prostitutas dominicanas y probablemente revendedores de drogas.

Comparado con su vida tranquila en su zona rural natal la comparación de su actual medio ambiente podía ser a primera vista frustrante, pero a él le satisfacía como primera plataforma de lo que había logrado por sus propios medios, separado del clima familiar.

Esteban Dubanowski había nacido en la lejana Provincia de Misiones, una especie de cuña entre las fronteras de Brasil y Paraguay separada de ambos por ríos caudalosos. Allí había nacido veintitrés años antes en una chacra, es decir una granja familiar en una colonia de agricultores de origen mayoritariamente polaco y ruso, dos de las tantas colectividades que poblaban dicha provincia norteña. Al llegar a la mayoría de edad le resultó evidente que debía emigrar ya que el establecimiento no permitía sostener a la familia integrada por sus padres y ocho hermanos. Ya su hermano mayor Gregorio había emigrado a Foz de Iguazú, en Brasil, donde se había casado con una mujer de origen árabe con la cual había constituido una familia que ya incluía tres hijos.

Gregorio lo había instado a mudarse cerca de él pero Esteban había preferido viajar a Rosario, en la Provincia de Santa Fe, para completar sus estudios universitarios. Había residido allí cuatro años hasta obtener su diploma de licenciado en diseño industrial. Luego había decidido dar el gran salto y probar suerte en Buenos Aires, la gran metrópolis del país y destino soñado de muchos jóvenes inquietos de las provincias y países colindantes.

Al llegar a la ciudad había conseguido un trabajo en una fábrica metalúrgica en el tercer cinturón del conurbano bonaerense, distante unos treinta kilómetros de su casa, para llegar al cual debía tomar tres medios de transporte que en total le insumían dos horas de ida y otras tantos de regreso, en horas de gran tráfico y por consiguiente en condiciones de hacinamiento. Pero con la compra del vehículo eso había quedado atrás.

Al llegar a su apartamento se preparó un café, se recostó en la cama, ya que el mobiliario que había podido comprar no incluía por el momento una silla, y prendió el televisor que había comprado de segunda mano. La película que estaban dando mostraba una escena de amor de elevado contenido erótico y Esteban notó que tenía una fugaz erección; para enfriar sus pensamientos decidió tomar una ducha de inmediato, aunque habitualmente lo hacía por las noches, antes de irse a dormir.

Al salir del baño se dio cuenta que los pensamientos seguían siendo los mismos, y que la excitación sexual no iba a calmarse entre las cuatro paredes de su vivienda. Se vistió y salió a caminar un rato. Dado que no tenía nada de comida en la desvencijada nevera resolvió cenar temprano en una especie de café-restaurant de ínfima categoría a tres cuadras, pero antes caminaría un poco y viviría más de cerca la dudosa atmósfera del vecindario.

A poco andar se le acercó un travesti pintarrajeado de mediana edad. Su visión  le produjo un cierto rechazo instintivo e intentó apartarse de su paso sin éxito.

-Hola grandote. ¿No quieres probar algo que no olvidarás en tu vida?- Le dijo el callejero. Notando su erección intentó manotear la bragueta pero Esteban lo apartó con rudeza y prosiguió su camino dejando al prostituto musitando improperios y amenazas. Reconoció en sí mismo un grado de disgusto que intentó controlar para no dar lugar a prejuicios que su mente rechazaba.

Un par de cuadras más allá un veterana prostituta negra de carnes abundantes, posiblemente de origen dominicano, le guiñó un ojo e interceptando su camino le susurró.

-Hola rubio. ¿No quieres probar una negra? Te voy a exprimir en la cama como a un limón. Ven, acaricia mi piel.- Dijo exponiendo su rollizo muslo.

En realidad Esteban había debutado sexualmente cerca de su pueblo con una afro-brasileña bastante mayor que él y la experiencia había sido inolvidable, tanto por ser su primera vez como por el ardor increíble de la mujer, con la cual había tenidos sexo varias veces más en años sucesivos.  Sin embargo sacudió su cabeza como para espantar sus ideas y siguió su camino. Nunca había pagado por sexo y se había propuesto no hacerlo jamás. Esperaría que se presentara otra circunstancia para satisfacer sus deseos.

 

Nubia- Suspenso Mágicko

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black gold

Sinopsis:

Una red de trata de personas ingresa jóvenes mujeres procedentes de África en Nueva York. Una de ellas escapa y comienza una feroz cacería humana. En la desesperada defensa de su vida la muchacha pone en juego recursos insospechados. La organización de traficantes incluye miembros situados en altas esferas de poder que aprietan el cerco en torno a la joven.

Un vibrante thriller del género noir que te mantendrá en vilo desde su comienzo hasta su dramático final.

Extracto:

Prólogo

 

La muchacha echó a correr  sin osar mirar hacia atrás; como los zapatos de altos tacos le impedían tomar velocidad  con un rápido gesto se los quitó y continuó su carrera descalza, desplazándose sobre el frío pavimento de la oscura calle de Harlem. Oía tras de sí el ruido de sus perseguidores, tres o cuatro fornidos africanos que habían participado de la horrible escena que estaba dejando atrás. Sacudió la cabeza tratando de alejar el recuerdo reciente que la había shockeado en grado extremo. Su ritmo era sumamente veloz, propio de una mujer nacida y criada en las estepas del África y que había corrido desde niña a la par de sus hermanos varones. Sabía que los pesados sabuesos humanos que la perseguían no podrían darle caza y que la distancia que los separaba se ampliaba a cada segundo. También lo sabían sus perseguidores, ya al extremo de sus fuerzas y de sus posibilidades respiratorias. Se oyeron varios gritos que los hombres intercambiaban entre sí y Alimah tembló sabiendo que ordenes estaban dando; sin perder el ritmo se preparó para lo que iba a venir. Tres detonaciones sonaron reverberando por el estrecho callejón. La mujer cerró los ojos esperando el resultado de los disparos. Sintió un dolor profundísimo y lacerante en el hombro derecho. Sabía que la bala le había entrado por detrás y salido por la parte frontal del hombro por lo que la pérdida de sangre sería doble; trastabilló momentáneamente pero pudo recuperar el paso. La cara de su padre transitó fugazmente por su mente. Sabía que el viejo guerrero estaría en algún lado orgulloso de su hija.

Los pensamientos a partir de ese momento comenzaron a deshilacharse y aunque las piernas aún respondían a algún centro de voluntad sobre el que ya no tenía control, su cerebro se oscureció y Alimah se desvaneció. Su cuerpo aun llevado por la inercia recorrió varios pasos más y finalmente rodó entre unos tachos de basura, produciendo en su caída un gran estrépito. Un frío glacial comenzó a invadir su cuerpo.

En su mente enfebrecida y delirante desfilaron los últimos acontecimientos, inmediatamente previos a la persecución. Lo que su psiquis había estado esquivando recordar cuando huía para evitar que su peso la aplastara, ahora retornaba a su memoria, desprovista de la protección de la voluntad. La imagen de Samwarit, la bella muchacha etíope con la que habían intentado la fuga de manos de sus captores apareció claramente en su memoria, así como la de Jemal, el jefe aparente de los tratantes de personas en cuyo poder habían caído por la traición del capitán del barco que los había traído hasta Nueva York. Recordó la travesía de veinticinco días desde el lejano puerto sobre el Mar Rojo,  cercano a Port Sudán pero desprovisto de todo control de las autoridades. Viajaban veinte mujeres etíopes, eritreas, sudanesas y somalíes, todas jóvenes y bellas, en lo que sin lugar a dudas era un tráfico humano relacionado con la prostitución. Todas estaban constreñidas a permanecer en dos contenedores mugrientos dentro de los cuales a veces debían hacer sus necesidades fisiológicas, y de los cuales sólo se les permitía salir a tomar aire en cubierta cuando el barco se hallaba lejos de la costa y fuera de rutas marítimas concurridas.

Al llegar a su destino las habían ingresado en el puerto de Nueva York dentro de los contenedores, y las fueron a buscar a la noche sacándolas de la zona portuaria y llevándolas a lo que luego sabrían que era el Harlem. Como la zona era patrullada insistentemente por la policía de la ciudad, prácticamente no podían salir del miserable depósito abandonado en que las habían recluido.

Mientras que la mayoría de las muchachas estaban aterradas y se movían como zombis al compás de las órdenes de los hombres que las tenían aprisionadas, Alimah y Samwarit desde el primer momento estuvieron buscando la oportunidad para escapar de su encierro. Había transcurrido ya casi un mes desde su llegada clandestina a Nueva York, y algunas de las mujeres habían sido vendidas a quien sabe que sórdida organización de tratantes, y no habían regresado jamás. Las mujeres recibían sólo un baño y ropas decentes cuando eran exhibidas a ignotos compradores y entregadas a sus nuevos amos.

Un día todas las jóvenes se despertaron un medio de un gran alboroto proveniente de la planta baja del derruido depósito, con gritos de hombres, ruidos de cosas rotas y finalmente disparos y gemidos. Una banda rival había atacado las premisas con el objeto de echar a los recién llegados de lo que consideraban su coto de caza.

Alimah tomó la mano de Samwarit y la llevó por las sucias escaleras que conducían abajo. En los peldaños inferiores yacía uno de los captores agonizante, un negro gigantesco con el rostro y los fornidos brazos llenos de tatuajes. Aún conservaba una navaja en la mano. Amilah empujó con el pie el cuerpo hacia abajo para liberar la escalera y al pasar junto a él tomó el cuchillo en sus propias manos. Sanwarit siempre la seguía tomándose de su falda. En uno de los corredores de la planta baja yacía otro de los secuestradores, con varios impactos de bala en su pecho. La puerta del depósito que daba al callejón se hallaba entreabierta, pero otro cuerpo bloqueaba la entrada. Las dos mujeres saltaron sobre el cadáver y salieron por fin a la ansiada libertad. Corrieron hacia una de las esquinas bajo la vacilante luz del alumbrado y la sangre se les congeló cuando vieron a otro de los matones aparecer dando vuelta a la esquina a menos de cinco pasos de ellas. El hombre quedó aun más sorprendido que las mujeres y no atinó a actuar. Sin vacilar un instante Amilah clavó la afilada daga en su vientre y el hombre se desplomó pesadamente.

Las dos muchachas corrieron desesperadas intentando poner distancia con el sitio de su encierro pero pronto oyeron voces que les resultaban conocidas.

 

 

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